Permítanme contarles una historia; una que me involucra y
en la que, lamentablemente (o no, ya se
verá), incorpora a una, no sé bien como llamarla aún, pero por ahora la denominaré
con el popular término que en estos ámbitos de andar inventando cosas y
volcarlas en palabras solemos llamar “musa”. Mi musa.
Solía pasarme algo que siempre achaqué a “una mente en
permanente divague” o, en uno de esos momentos de ego exacerbado que los
escritores alguna vez sin excepción, tenemos, mi “incomparable talento para las
letras”. En las ocasiones y lugares menos adecuados, mi cerebro se desconectaba
de lo materialmente puntual que estaba viviendo y elucubraba historias de todo
tipo. No venía mal, ya que el famoso síndrome de “la hoja en blanco” que suele
aquejar a todo escritor ante la falta de inspiración, en mi caso era algo muy
poco habitual. Hasta ahí lo positivo de la situación, pero… Dejó de serlo cuando
en pleno escarceo amoroso con esa señora a la que tanto me costó llevar a
intimar (incluidos dos poemas escritos especialmente para ella), toda una trama
de relato social con chicos abandonados, viviendo en las calles y con hambre
irrumpieron sin pedir permiso en mi mente y no hubo forma ni práctica
amoroso/libidinosa, que pudiese luchar contra ello. Escribí un buen cuento,
pero la señora me echó de su habitación y no quiso volver a verme.
En otra ocasión fue la “invasión neuronal” de una trama
absolutamente delirante, en medio de mi concurrencia al velatorio de un
familiar fallecido en circunstancias muy dolorosas. Tuve que hacer un esfuerzo
tremendo para no reír a carcajadas delante de la madre de la jovencísima
víctima.
Luego de varios casos similares que me estaban causando
demasiados malos momentos, decidí consultarlo con un profesional.
No muy satisfecho con esa primera sesión y estando recostado
en mi sofá favorito degustando uno de mis tés saborizados (frutos rojos del
bosque con una pizca de canela), escuché, claramente, un —Perdés el tiempo. No
sé para que fuiste si vos no creés en el psicoanálisis.
— ¿Ehh…? ¿Quién dijo eso? —Exclamé sobresaltado, ya que
me encontraba completamente solo.
—Yo, salame.
— No le permito…Sea quien sea. Identifíquese.
— ¿Estás escribiendo un policial? ¿Desde cuándo ese
vocabulario? Yo no te inspiré nada de eso…
— ¿Inspiré?
—Inspiré. Es lo que hacemos las musas. Es mi laburo.
—No entiendo nada.
— Que raro en vos, je. Digo que es mi trabajo… Lo de tu
inspiración. En definitiva, que soy tu musa.
— ¿Mi musa?
— Claro ¿Qué acabo de decir? Hoy no estás lo que se dice
muy lúcido.
— ¡Las musas no existen! Son una especie de metáfora o
algo así.
—Mirá vos. Eso es tan valedero como si te dijese “los
escritores no existen, son una pretendida condición del ego de algunos seres
humanos”. Mirá si no voy a saber si existo o no. Vos existís y yo existo. ¿De
donde pensás que salieron las ideas para todos esos relatos y poemas que
escribiste hasta hoy?
— ¡De mi cabeza!
¡De mi inspiración!
—Ja. Lamento informarte que soy en gran parte la
co-autora. Vos pusiste una parte, pero sin mí no habrías podido volcar en
palabras ni tres renglones.
—Ponéle que acepto eso, que sos una musa, mi musa. En ese
caso, tu función sería inspirarme, no establecer un diálogo directo conmigo.
—Hasta hace unos segundos nos negabas y ahora resulta que
sos un experto en nosotras…Un ego acorde a la profesión. Nosotras gozamos de un
libre albedrío como cualquier otro ser, así que si se me ocurre dialogar con
vos, dialogo.
—Nunca leí o escuché algo así.
—Lo que no prueba absolutamente nada; lo que está dicho o
escrito es mínimo en comparación de lo que debería ser escrito o dicho. Muchas
de nosotras actuamos en el anonimato total, otras nos presentamos ante nuestros
protegidos y muchos de ellos o ellas no lo comentan por miedo a que los tilden
de desequilibrados mentales. Pero, me hacés irme por las ramas. Lo que quiero
saber es para qué fuiste a ver a un psicólogo si siempre renegaste de ellos.
—Porque creí que estaba enloqueciendo. Todas esas ideas
fuera de tiempo y lugar rondando por mi
cabeza…Esperá, ahora que lo pienso ¿Vos tenés algo que ver con eso, la puta que
te parió?
— ¡Que boquita! Y que caballero el señor escritor. Así no
se trata a una dama.
— ¡Contestáme! ¿Fuiste vos?...Y ya que estamos: ¿Las
musas tienen una identidad sexual, de género; masculina y femenina como
nosotros?
— Si.
— ¿Si cual? ¡Te hice dos preguntas!
—Si a las dos. Los pensamientos te los inspiraba yo y soy
femenina, una dama. Gregoria, para más datos.
— ¿Qué? ¿Gregoria?
Veamos: sos una musa, mi musa y te llamás Gregoria. Me estás jodiendo…
— Las musas no jodemos…Bueno, a veces un poquito, pero
estoy hablando en serio. Mi nombre es Gregoria.
— Gregoria no es nombre para una musa. Calíope, Erato,
Terpsícore…Esos son nombres de musas, no uno tan ridículo.
— Y si… Alguien tan
básico como vos tenía que nombrar a las griegas esas culos con rosca. Unas
pretenciosas. Ya te voy a contar sobre las andanzas de esas arpías. Me llamo,
orgullosamente, Gegoria. Yo no cuestiono tu nombre, no cuestiones el mío.
—Está bien. Gregoria. Creo que puedo aceptarlo.
—Gracias. Benavidez.
—Dorelo.
—Benavidez.
—No. Mi apellido es Dorelo. Con una sola “l”.
— ¡Ya sé, gil! Soy tu musa, conozco como te llamás. En mi
frase original sobre el tema hay un punto, no una coma, pánfilo. Benavidez es
MI apellido. Be-na-vi-dez. Con B larga al principio, corta por el medio y zeta
al final.
— ¡La puta madre! ¡Las musas no tienen apellido!
— ¿Otra vez vas a empezar con las tonterías? ¡Vos no
sabés un carajo sobre nosotras! Si te digo que me llamo Gregoria Benavidez es que
me llamo Gregoria Benavidez, gilastrún.
Por ser esta una introducción al mundo de mi musa, creo
que es suficiente por ahora. Ya les iré contando más sobre las musas en general
y en especial sobre Ella: Gregoria Benavidez, mi musa insoportable.
1 comentario:
Divertidísima introducción al mundo de tu musa y su curiosa (de algún modo hay que llamarla) personalidad. Me enteré recién hoy de la existencia de este blog, y ya me hice seguidora. Veremos si en algún momento mi propia musa decide inspirarme algo para participar en este acercamiento al mundo misterioso de estas señoritas imprevisibles. Un saludo (me encantó tu idea)
Publicar un comentario